«El que Dios envió, habla palabras de Dios»
El Señor nos ha dicho: «Investigad las escrituras» (Jn 5,39). Investigad, pues, y retened con toda exactitud y fe todo lo que ellas dicen. Así, conociendo claramente la voluntad de Dios..., seréis capaces de distinguir, sin error, el bien del mal, en lugar de prestar atención a un espíritu cualquiera y ser llevados por pensamientos perjudiciales. Estad ciertos, hermanos míos, que nada hay tan favorable para nuestra salvación que el cumplimiento de los preceptos del Señor... De todas maneras nos será necesario cantidad de temor, paciencia y perseverancia en la oración para que nos sea revelado el sentido de una sola palabra del Maestro, para que conozcamos el gran misterio escondido en las más mínimas palabras, y seamos prontos a dar nuestra vida aunque sólo sea por la más mínima tilde de los mandamientos de Dios (cf. Mt, 5,18). Porque la palabra de Dios es como una espada de doble filo (Hb 4,12) que corta y ataja al alma de toda codicia y de todo instinto de la carne. Aún más, llega a ser como un fuego devorador (Jr 20,9) cuando reaviva el ardor de nuestra alma, cuando nos hace menospreciar todas las tristezas de la vida y considerar las pruebas como un gozo (Jm 1,2), cuando ante la muerte que los demás hombres temen, nos hace desear y abrazar la vida, dándonos la manera de alcanzarla.